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EL CABALLO LOSINO

EL CABALLO LOSINO

En la prehistoria, hace más de 40.000 años, manadas de caballos cabalgaban en estado salvaje por las sierras que comparten Burgos, Palencia y Cantabria. De ello dejan testimonios tanto las pinturas rupestres de Altamira y Ojo Guareña como los restos hallados en los yacimientos arqueológicos de Atapuerca. Es entonces cuando el hombre comienza a relacionarse con los équidos y servirse de ellos para sobrevivir en un ambiente hostil. El caballo será una gran ayuda para la caza, la guerra y las labores del campo. Nuestros antepasados, agradecidos, llegaron a adorarles en la figura de la diosa Epona.

El caballo Losino es el descendiente directo de aquel tipo caballar que el historiador romano Plinio el Viejo denominaba fieldón y del que le llamó especialmente la atención su "trote suave que logra alargando las piernas alternativamente". Ya por entonces los caballos castellos eran los más apreciados en las carreras de carros en el circo de Roma, la F-1 de la época.

Cuando el norte de la provincia de Burgos, del Condado de Castilla, parata la reconquista, los caballos losinos desempeñarán un papel importantísimo. En 1513, Alonso de Herrera nos cuenta que "el Cid por cierto negocio que se le ofreció, le fue forzoso sacar de Castilla más de siete mil caballos con qué venció una batalla fuera del Reyno. Tanta era la multitud que había de caballos en Burgos y su tierra." Luego pasa a describir estos caballos a los que califica de "grandes y fuertes" comparados con el resto de équidos peninsulares, quedando bastante claro que nos habla de caballos losinos. También poco sería raro que Babieca, que el cantar describe como "caballo grueso y corredor", fuera de raza losina.

Son muy pocas las regiones que en el mundo pueden presumir de conservar una raza de caballos descendiente de los caballos prehistóricos. Castilla, y en concreto Burgos, es una de ellas precisamente por el Caballo Losino. Unos hermanos caballos de piel oscura, de poca alzada, con largas crines y una resistencia inusual. Sin embargo este tesoro histórico y natural está en peligro. Desde 1997 está considerado como "raza de protección especial o en peligro de extinción" por el Ministerio de Agricultura.

Los casi trescientos ejemplares que sobreviven en las cercanías de Pancorbo descienden de los 32 ejemplares de pura raza que en los años ochenta reunió Ricardo de Juana.

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